Autor: Maestro Andreas

domingo, 29 de mayo de 2011

Capítulo XLVI

La primera noche sin sexo para Guzmán, pero no exenta de amor y la compañía de su amante, fue la anterior a ser armado caballero por el rey. En compañía del conde y Don Froilán, que serían sus padrinos en la ceremonia, veló las armas hasta el amanecer. Y antes del mediodía lo vistieron la cota de malla y la armadura, cubierto por un peto rojo hasta la rodilla, sobre el que lucía su blasón estampado con las armas de Borgoña y, sobre campo de plata, una cabeza de jabalí atravesada por una flecha. Y una vez que sus padrinos le calzaron las espuelas, hincó la rodilla derecha en el suelo de piedra del templo y el rey, su tío, desenvainó la espada y le dio el espaldarazo sobre ambos hombros que lo consagraba caballero del reino.

Don Alfonso X, tras envainar de nuevo la espada, levantó al muchacho y lo abrazó besando sus mejillas y, a una señal suya, un paje se acercó a ellos portando entre sus manos un cojín escarlata, ribeteado en hilo de oro, sobre el que descansaba otra espada toledana con incrustaciones de metales nobles tanto en la empuñadura como en la hoja. Y con ella en la diestra, el rey dijo: “Guzmán, que esta espada que ahora te entrego se cubra de gloria y honor en defensa de la verdad y la justicia”. Y el joven tomó el arma de manos del rey y la embutió en la vaina vacía que le colgaba del cinto.
El Señor de La Dehesa ya era un caballero y sus padrinos lo abrazaron y besaron también. Y todos los asistentes al acto le dieron sus parabienes y le desearon larga vida y muchos triunfos en gloriosas jornadas de lucha. Pero entre ellos no estaba el marqués de Asuerto. Ya que el ruin aristócrata maquinaba su venganza sobre el conde y el doncel del rey. Sus odiados enemigos a los que había jurado exterminar de la faz de la tierra y no descansaría hasta conseguirlo.

Y mientras se celebraba con regocijo la entrada de Guzmán en el grado de caballero, el infame traidor negociaba con un moro renegado un plan para acabar de un golpe con el conde y el mancebo, ya que el marqués no estaba dispuesto a fallar el golpe confiando la empresa a bandidos poco fiables, como en las veces anteriores. Y buscó a Omar Ben Jasit, un noble granadino que se revelara contra su rey diez años atrás y estaba proscrito, que, a cambio de una cuantiosa suma de plata, tendería una emboscada a los enviados del rey Alfonso X que portaban una carta en la que se establecía un acuerdo de paz con Mohamed II y debían llevar devuelta al rey de Castilla otra copia firmada también por el rey moro.

Pero ahora el asunto era mucho más arriesgado que el secuestro de un paje o un asesinato a traición de un caballero en mitad de un viaje. Ya se trataba de la muerte de un noble señor, que gozaba del favor real y ostentaba un señorío, en cuyas armas se incluían las de la casa real de Castilla y León. El conde sólo era el acompañante de ese joven aristócrata, en cuyos rasgos y donaire toda la corte había descubierto la figura del difunto infante Don Fernando y eso suponía atentar contra algo mucho más sagrado como era la sangre del propio rey. Guzmán era el hombre de moda en la corte de Sevilla y eso le traería problemas al marqués si se le involucraba en su muerte.

El marqués tenía que andar con mucha cautela y perfilar muy bien su malévolo plan para matar a esos dos caballeros ilustres, acabando con todo proyecto de paz entre ambos reinos y, de ese modo, asegurar una posibilidad de triunfo a su cómplice Omar, que además, desaparecidos de escena el conde y el mancebo, pensaba contar con la influencia del marqués para conseguir la ayuda de Castilla y poder derrocar del trono y expulsar de la Alhambra a su enemigo el rey nazarí. El ambicioso proyecto requería hacerlo sin precipitación de ninguna clase y calculando todos los aspectos negativos y favorables que pudieran llevar la conjura al éxito deseado.
Omar Ben Jasit contaba con bastantes seguidores recolectados en todo el reino granadino, y se movía sobre todo por las tierras altas de las sierras, escondiéndose en la Alpujarra, donde había establecido su cuartel general. Este moro era un hombre culto y refinado que aspiraba a ser rey por considerarse con mejor derecho que el reinante, cuyo padre Mohamed Ben Nazar, llamado Al-Ahmar el Rojo, por tener la barba de ese color, en el año 1238 entró triunfador en Granada por la puerta de Elvira para ocupar el palacio del Gallo del Viento, sito en el cerro de La Sabika, expulsando a la familia del ahora rebelde proscrito. Y esa era la espina que este noble moro tenía clavada en su alma y que sólo la derrota de su enemigo el rey Mohamed II podía arrancársela.

Y si por algo era famoso este renegado, además de por su bravura en el combate, era por el gusto eligiendo a los adolescentes que siempre lo acompañaban en sus horas de descanso. En sus razias, les perdonaba la vida a los más jóvenes, si eran hermosos, y los secuestraba, pasando a formar parte de su harén de mancebos que lo deleitaban y complacían como las mejores huríes que pudiera soñar cualquier hombre de gustos exquisitos. Y también a sus oídos había llegado la fama de la belleza del doncel del rey de Castilla.
Y la curiosidad y deseo se estaban alimentando de forma imparable en el pecho del moro, que, sin quererlo de manera consciente, ansiaba ver al hermoso mancebo para apoderarse de él y, en principio, probarlo carnalmente para convertirlo en uno más de su corte de jóvenes esclavos sexuales. Si luego conquistaba su corazón por sus gracias, tal y como prometía su fama, quizás no dudaría en hacerlo su favorito y colmarlo de regalos y atenciones a cambio de su cuerpo y su culo y sobre todo de su amor.

Y lejos de esas intenciones, Nuño y Guzmán recuperaron esa noche los polvos que no habían echado la anterior. Pero antes, a media tarde, tuvieron su fiesta privada con Doña Sol. Nada más terminar el banquete presidido por los reyes, al que asistió la más alta nobleza del reino, ellos tres se retiraron a sus aposentos en el palacio real y se aligeraron de ropas y arreos para estar más cómodos y calentarse viéndose semidesnudos. Ella tan sólo envolvía su figura en un velo turquesa y ellos llevaban camisolas abiertas por delante y los huevos colgando bajo las vergas erectas.

Y comenzaron por sobarse ellos dos, jugando como un par de críos excitados por las emociones, sin que tardase demasiado en unirse ella, pellizcándoles el culo y agarrándoles las pollas y los cojones, intentando robarles algún beso de los muchos que se daban los dos hombres mordiéndose en los labios y jugando con sus lenguas traspasándose la saliva de boca a boca.
Pronto ya se besaban los tres y bajaban por todo el cuerpo de los otros dos. Se comían tanto el sexo como el culo. Y el conde les hizo ponerse a cuatro patas como dos perras y se la metió por el ano sucesivamente a Sol y a Guzmán. Ellos dos sólo se miraban de reojo y no osaban ni tocarse un dedo porque no se lo hubiera permitido su macho, que era el único amo y señor de sus cuerpos y sus almas. Y de su amor, aunque la joven dama no podía negarse a sí misma que su corazón latía con fuerza al ver a Guzmán y besarlo en los labios.

No lamentaba que no la follase con la verga, porque lo hacía con cada mirada que le dirigían sus ojos negros. Y era tal la fuerza conque la atravesaban las pupilas del chico, que no era la primera vez que tenía un orgasmo tan sólo con eso. Se le mojaba el coño y se corría de gusto penetrada por la plateada noche de la mirada de Guzmán, sin necesidad de tener la verga de Nuño clavada en su vagina. Cosa que también le provocaba orgasmos intensos y prolongados con los que deliraba de excitación y de gusto.

Y en los descansos, echaban partidas de naipes o de ajedrez y también de dados como si estuviesen entre camaradas, que es lo que eran aparte de amantes. Estaba claro que el conde sólo necesitaba a esa pareja de críos para pasárselo de puta madre sin nadie más.
Y el remate a su delirio eran los ratos y noches a solas con el mancebo. Esa era su felicidad y el éxtasis supremo por el que deseaba vivir.

martes, 24 de mayo de 2011

Capítulo XLV

Se acercaba el día de la marcha a Granada y Nuño aprovechaba la mayor parte del tiempo para pasarlo con Guzmán y Sol, follando en trío con ellos y también charlando o jugando a inocentes juegos de mesa, en los que casi siempre ganaba ella. La joven esposa y el mancebo se querían cada día más y se encontraban muy a gusto juntos aunque no estuviese con ellos el conde. Pero si Nuño los acompañaba la cosa era mucho mejor y, sobre todo, más divertida y gozosa, puesto que les daba verga por todos los agujeros de sus preciosos cuerpos. Sol adoraba al zagal y gozaba tocándolo y besando su boca, pero si algo tenía claro la joven, es que quien la follaba era su esposo. El conde era el garañón y los dos jóvenes eran sus yeguas para cubrirlas. Porque la diferencia entre el chico y ella sólo estaba en que él, aún siendo como una hembra en la cama para Nuño, sus ademanes y sensaciones eran de un hombre y no de una mujer. Por lo demás, tanto uno como otra ponían el culo o la boca de la misma forma, añadiendo ella un agujero más para que Nuño le metiese la polla. El coño que Guzmán no tenía, como éste agregaba a la orgía el cipote que a ella le faltaba. Y siempre el conde y su mancebo volvían a la casa de Aldalahá para dormir con sus dos eunucos y gozar de un último polvo antes de quedarse dormidos.
Pero antes de partir a tierras nazaríes, quedaba por celebrar la montería programada por el rey como parte de los festejos por la boda del conde y la pupila real. Y de madrugada salieron los monteros desde el alcázar a la caza del jabalí u otras piezas menores que les salieran al paso. Por decisión del monarca, Nuño y Guzmán cabalgaban a su lado. El chico con su arco, las flechas y el puñal al cinto, y los otros dos armados con jabalinas y dardos, además de las consabidas dagas colgadas de la cintura.

El marqués no fue invitado ni ganas le quedaban de dejarse ver ante el rey, pero su odio hacia Nuño, acrecentado por días, y la afrenta sufrida en el torneo con el flechazo del mancebo, hacía temer que intentase alguna villanía contra ellos y por eso el rey decidió que no se separasen de él. Los monteros reales precedían y guardaban la retaguardia al soberano y sus acompañantes, pero sin perderlos de vista ni dejar que se alejasen demasiado, iban también la inmisericorde escolta de piel negra. Ocho guerreros esclavos cabalgaban con los ojos puestos en todas partes para prevenir cualquier ataque a traición.
El rey Don Alfonso iba a la cabeza con su séquito y antes de llegar a los cotos de caza se unió a ellos su tío, el infante de Molina, que se puso a la altura del Guzmán pegando la hebra con el chico. El infante le preguntó sobre todo lo que el decoro permitía y quiso saber como iba con sus clases de lenguas y sus adelantos en el manejo de las armas. El mancebo respondía a todo con amabilidad e incluso mostrando un cierto cariño por el tío del rey y tío abuelo suyo, que desde el primer día que lo vio le tratara con tanta deferencia, quizás al apreciar el parecido en los gestos y el porte con su difunto sobrino, que siempre fuera su predilecto.

Este infante no sabía la verdad que conocía el rey, pero tampoco le era necesaria para estar seguro de su parentesco con Guzmán. Para él, el crío era hijo de su sobrino aunque no supiese nada sobre su boda y el posterior nacimiento del chaval. Y así lo trataba y le hacía notar su cariño y la clara intención de ser su protector contra viento y marea. Hasta llegó a pensar en adoptarlo como hijo, pero su real sobrino se lo quitó de la cabeza, asegurándole que ya lo protegía él y nunca le faltaría de nada para vivir como un noble señor y un caballero.
Y las jaurías de perros aventaron la caza y los perreros los soltaron para dejarlos correr como centellas olfateando las piezas y ladrando. El fuerte olor de un jabalí los atrajo y los cazadores aprestaron sus armas para abatir al animal en cuanto fuese acorralado por los sabuesos. Y fue el rey quien se adelantó para atravesar a un esplendido ejemplar de macho, con colmillos retorcidos, agresivo y peligroso. Don Alfonso X picó espuelas y alzó la jabalina para lanzarla con pulso seguro, intentando herir de muerte al puerco, y su lanza se clavó en el pecho de la bestia, que gruñó salvajemente y se revolcó por tierra azuzado por los dientes de los perros de presa.

El rey hizo ademán de descabalgar y Nuño le advirtió del peligro que entraña un animal salvaje herido de muerte pero aún vivo y le aconsejó que permaneciera sobre su caballo y dejase a los monteros hacer su labor rematando al jabalí. Pero el rey no quiso y echó pie a tierra. Y se dirigió hacia el marrano que seguía gruñendo y moviendo la cabeza como en un estertor final, soltando sangre por la boca. El conde también se apeó del caballo y siguió a su Señor con la jabalina en posición de ser lanzada con urgencia. Y sin esperarlo ya ninguno de los presentes, el animal se levantó arrancándose contra el rey con tal furia que lanzó por los aires a tres canes, ensangrentados y con la tripas al aire. Y se oyeron voces de alarma desde varias bocas porque el monarca tropezó al intentar recular y perdiendo el equilibrio dio con sus huesos en el suelo. La situación era muy apurada para el Señor de Castilla, dado que el cerdo salvaje ya estaba a dos pasos de su cuerpo y sin lugar a dudas lo atacaría causándole serias heridas. Y en el postrer minuto una flecha hizo blanco en medio de la testuz del jabalí, cayendo muerto en el acto.
Esta vez la habilidad de Guzmán había salvado la vida a su tío y rey. Todos miraron al chico boquiabiertos ante la serenidad de su pulso y la certera puntería que mostraba cada vez que soltaba la cuerda de su arco, después de tensarla para lanzar una saeta. No sólo hacía diana sino que daba en el centro del redondel. Y Nuño se apresuró a levantar del suelo a Don Alfonso, que se sacudió las ropas diciendo: “Qué tropezón más inoportuno!. Menos mal que cuento con un doncel cuya puntería con el arco es providencial.... Conde esta vez me tocó a mí y ya somos dos los que le debemos la vida a este aguerrido muchacho... Acércate, Guzmán y deja que te abrace”.

El mancebo bajó de su pura sangre negro zaino de crines largas y brillantes y se acercó a su real tío para que lo estrujase entre sus brazos, pretendiendo el rey recuperar en un solo abrazo todos los no dados desde la niñez del chico. Y el rey añadió: “Eres mi campeón y te armaré caballero antes de acompañar al conde a Granada. Y serás también señor de La Dehesa, porque en una me salvaste de un marrano salvaje. Guzmán, tu privilegio como Grande de Castilla por el señorío que te otorgo, es no tener que destocar tu cabeza ante el rey y permanecer sentado en nuestra presencia”. Y el infante de Molina le dijo al conde: “Señor conde, el chico ya goza de los honores de un miembro de la casa real de Borgoña. Le deseo la mayor felicidad en su vida. Cuidad de él, amigo mío”. El conde estaba orgulloso de su amado y su alegría por la fortuna y honores del mancebo era enorme, pero cada vez veía más complicado mantenerlo junto a él cuando ya fuese todo un hombre y su tío decidiese casarlo o meterlo en religión como abad u obispo. Era como si el chico hiciese todo lo posible con su espontáneo proceder, para poner las cosas cada vez más complicadas y difíciles haciendo peligrar su relación. A este paso, permanecer juntos toda la vida sería algo impensable. Y eso le iba a costar al crío una zurra esa noche por intrépido, antes de comérselo a besos y darle por el culo hasta que no les quedase ni un espermatozoide a ninguno de los dos en las pelotas. Además dormirían en el campo y no tenía que repartir su leche entre el chico y su mujer hasta un día más tarde.
Toda la carga de semen se la daría a Guzmán como premio a su valor y puntería con las flechas, que las ponía donde fijaba su ojo, igual que el conde se la metía por el ano con la misma facilidad en cuanto su capullo enfilaba hacia ese agujero del crío, tan apetecible y tierno como una fresa madura de Aranjuez.

lunes, 23 de mayo de 2011

Capítulo XLIV

Y se quedaron solos los tres en los aposentos que Doña Sol ocupaba en el alcázar. La dama despidió a su dueña, mandándola con el resto de sus sirvientas a un aposento más alejado del suyo y sólo pidió que dejasen bandejas con frutas y dulces y también jarros de vino y de agua enfriada con nieve de la alta sierra granadina. El conde se sentó en un sillón de madera y respaldo alto y Guzmán se puso a sus pies sentado en el suelo anudando las piernas bajo el culo. La dama se retiró a otro aposento para mudarse de ropa y reapareció con una ligera túnica de color celeste, muy vaporosa, y el cabello suelto hasta la cintura. Estaba hermosa y su rostro ya de mujer resplandecía con una mezcla de orgullo y ansiedad por los dos hombres que la contemplaban.

Y Nuño le dijo que se acercara hasta él y al tenerla al alcance de su mano la asió por la suya, tan fina y blanca que daba la impresión que se aplastaría si la apretaba demasiado. A Doña Sol le entró un escalofrío al contacto con la mano de su esposo y miró al mancebo que la veía desde abajo, clavando en ella su mirada penetrante y llena de luz. Y pensó la joven qué estaría pasando por la mente de ese muchacho al verla tan ligera de ropa e insinuando su cuerpo bajo la tela. Y por la cabeza del chico lo que se barruntaba era qué querría hacer con ellos dos su amado conde.

El conde obligó a la joven a sentarse en sus rodillas y la abrazó por la cintura diciendo: “Mi señora, en esta alcoba está todo lo que más quiero y deseo en el mundo. Mi amado Guzmán y vos. Porque él me enseñó a teneros el aprecio que merece una mujer lista y tan hermosa como vos, que además sois mi esposa y seréis la madre de mis hijos. El os quiere mucho, señora, y siempre ha apreciado vuestras virtudes consiguiendo que yo también las vea. Y se que vos también lo queréis a él no sólo por su belleza y valentía. Guzmán es parte de mí, como ahora también lo eres tú. Y quiero que se acabe ese tratamiento distante y cortésmente aceptado, porque uno mismo no se habla de ese modo. Desde ahora eres simplemente Sol, como él es Guzmán, aunque sea un noble de sangre real, y yo Nuño. Usando mi prerrogativa de dueño y señor vuestro, así os lo mando e impongo como mi última orden a mis dos amores. Dame un beso, Sol. Y tú, Guzmán levántate y bésame con ella”.
Y así lo hicieron. Ella besó a su marido en la boca y el chico quiso hacerlo en la mejilla, pero Nuño le estampó un besazo en los morros con saliva y todo. Y el conde les dijo a ambos: “Besaros los dos. Pero en la boca también. Quiero que el amor sea entre los tres”. Guzmán se quedó parado y le daba reparo obedecer a Nuño, pero ella no lo tuvo, se levantó, y como si el crío fuese su amante le estampó un beso que lo dejó sin respiración. Y el mancebo se puso como un clavel colorado y reventón.

Entonces Nuño se puso en pie también y los abrazó a ambos por la cintura y los atrajo al mismo tiempo hacia sus labios y ya se morrearon los tres confundiendo la boca de uno con otro, indistintamente. Sol gustaba los labios del crío como si fuese fruta jugosa y el conde los lamía mordisqueándole alternativamente la lengua a los sus jóvenes amados.

Y entonces vino la novedad que se le ocurriera a Nuño para celebrar su triunfo en el palenque. Le pidió a ella que se desnudase y le diese la túnica. Y Sol lo hizo de buena gana, ya que estaba deseosa de mostrarse desnuda ante Guzmán. Y luego le dijo lo mismo al chaval. Y éste muy ruborizado se quitó el blusón de hilo y las calzas, quedándose en pelotas ante el conde y su mujer, tapándose el sexo con las dos manos. Pero Nuño se las cogió y se las separó a cada lado del cuerpo para que se le viesen bien los cojones y el pene, encogido por la vergüenza.
Y dijo el conde: “Sol, no creas que su pito es así de arrugado. Ya verás como se lo hago crecer y levantar apuntando al techo”. “Por favor, mi señor!”, suplicó Guzmán. Y Nuño le dio un cachete en la cara, regañándole: “Te dije que se acabó lo de señor y esas zarandajas. Qué pretendes?. Que ella y yo follemos contigo tratándote de alteza?”. Y Guzmán protestó: “Por favor no te burles de mí y me tomes el pelo con esas cosas. Porque tú no crees esas tonterías de la sangre real de un califa en mis venas. Sólo soy tu más humilde siervo, porque te amo y deseo serlo”.

“Eso lo sé y quiero que así sea como mi esclavo sexual. Y por eso, aún sin tratamientos estúpidos, seré tu amo y debes obedecerme en todo. Pero lo de tu sangre no son tonterías, por que es verdad. Eres un príncipe, Guzmán. Y no sólo entre los almohades. Por qué crees que el rey te ha protegido esta mañana?. Me ha concedido el privilegio de tomarte bajo mi cuidado a préstamo, porque eres su sobrino. Y esto que quede entre nosotros tres, porque es un secreto que hay que guardar por el momento por voluntad real. No pongas esa cara, muchacho, ni tú tampoco, Sol. Tu madre era hija de un califa, efectivamente, Pero el padre que nunca conociste, porque murió al conquistar esta ciudad, era el infante Don Fernando de Castilla y Suabia, hermano del rey. Y tú, Guzmán, eres su único hijo y, además, heredero al trono después de tu tío Don Fadrique de Castilla, mientras no tenga otros descendientes legítimos el rey. Eres un príncipe de Castilla y León y miembro de la casa de Borgoña. Por eso nuestro soberano te llamó Don Guzmán Fernández de Borgoña y te hizo su doncel. Y ahora deja que ponga tu polla en condiciones de ser admirada y deseada por Sol”.
La mano de Nuño se fue al centro del culo de Guzmán y sus dedos hicieron el resto. La verga del chico crecía y se erguía al mismo ritmo y en segundos era un orgulloso cipote que alzaba su cabeza brillante descubierta de pellejo. Y Sol, a la que ya se lo habían presentado, se hizo de nuevas y le dedicó un cumplido a la polla del muchacho, al tiempo que le echaba la mano para sobarla. Y Nuño le preguntó a la joven: “Te gustaría besar ese miembro?”. “Sí. Y lamerlo también”, respondió ella. Y el conde le ordenó: “Agachate y hazlo. Pero en cuanto notes en tu boca que mana líquido, deja de mamar. No quiero que se corra todavía”.

Y ella mamó la polla de Guzmán con un afán y un gusto que parecía como si chupase un carámbano de miel. Y Guzmán cerraba los ojos y se mordía los labios para no perder el control y soltar la leche en la garganta de Sol. Y cuando la cosa ya estaba a punto, Nuño dijo: “Sol vístete con las calzas y el blusón del zagal. Y tú, mi amado y valiente doncel, ponte la túnica de ella, porque voy a bajarte los humos de héroe que has cogido hoy. Serás mi esposa y ella mi doncel y te follaré por detrás como a una perra. Vístete rápido y dóblate sobre esa mesa dándome el culo”. Sol ya estaba disfrazada de mozo antes que Nuño terminase de hablar y Guzmán, mirando al suelo, se vistió la túnica por la cabeza y se apoyó en la mesa con la cara entre las manos.

El conde se le acercó por detrás y le levantó las faldas hasta por encima de la cintura y escupiéndole en el ano se la clavó de golpe y hasta el fondo. El chico se quejó por la brutal enculada y levantó la cabeza mostrando el dolor en su rostro. Y Sol, sobrecogida y también celosa por el trato que Nuño le daba al chaval, se colocó frente a Guzmán y agarrándole las manos lo besó por toda la cara mientras Nuño se lo follaba sin piedad ni delicadeza alguna. Le estaba rompiendo el culo con saña y enardecido por todos los acontecimientos vividos en pocas horas. Jugarse la vida era un acicate para su deseo sexual, puesto que recobraba unas renovadas ganas de vivir y gozar con pasión de sus seres amados. Y el chico era su predilecto y con el que se deleitaba más al poseerlo y entrar en su cuerpo por el culo.
Y antes de correrse dentro de las entrañas de Guzmán, Nuño sacó la verga del ano del chaval y se fue hacia Sol, que la cogió por la cabeza y le folló la boca en los morros del muchacho, que continuaba inclinado sobre la tabla al no decirle otra cosa su amo sexual. En cuanto Nuño sintió que le venía la leche a la punta del glande, puso a Sol en la misma postura que al otro crío y le bajó las calzas, dejándole el trasero al aire, y le escupió en el ano, para meterle los dedos primero y abrírselo, y luego se la endiño por el culo como a un muchacho. Y le dijo: “Así es como se folla a un hermoso mancebo de culo prieto y redondo como el de Guzmán y como te doy caña a ti también, porque ahora eres otro zagal como era él antes de tomarlo vestido de mujer. Cosa que repetiremos de vez en cuando para que no se crea tan valiente y aguerrido. Aquí el único macho dominante soy yo y vosotros sólo sois mis putas. Y como tal os trataré desde ahora en la cama. Abre más las patas y el culo, Sol, que te voy a joder el alma desde el ano. Y luego te tocará a ti otra vez. Así que ni te muevas pues todavía falta que te preñe”.
Les dio por el culo a ambos hasta que se cansó y le llenó las tripas a Guzmán en lugar de verterse en el coño de ella. Que quien le lleno la boca de leche fue el chico al correrse con la mamada que le hizo Sol al follárselo Nuño. Pero no terminó ahí la fiesta y después de reponer fuerzas con fruta, pasteles de almendra y vino, desnudos los tres, el conde los acostó en la cama y los ató mirándose de frente, metiendo el rabo de Guzmán entre las piernas de Sol. Y les azotó el culo a los dos con la correa y después, poniendo a Guzmán debajo y quedando ella de bruces sobre el chico, Nuño se la metió por el coño desde atrás y la fecundó con unos potentes chorros de esperma que bastarían para preñar a tres yeguas. El chico también se corrió en la entrepierna de Sol.
Luego descansaron y quedaron dormidos los tres juntos en un mismo lecho. Y tanto Guzmán como Sol estaban llenos de felicidad y gozo.

sábado, 21 de mayo de 2011

Capítulo XLIII

Nuño quería olvidar sus preocupaciones follando y tanto su esposa como su amado estaban encantados y rebosaban felicidad y semen. Ella chillaba como una zorra cuando la colmaba tras trabajarle el coño y metérsela y sacársela tanto con suavidad como con tal fuerza y energía que la dejaba loca de la vida. Y Guzmán, para que decirlo. Al chico le ponía el trasero como una estera a base de palmadas y luego se lo follaba por la boca o por el culo dejándolo espatarrado y ardiendo. Y era impepinable que las noches fuesen para el mancebo, puesto que el conde siempre volvía al lecho de almohadas para dormir con él.

Y la mañana del torneo acudió al palenque armado de lanza y mandoble, llevando sobre el pecho las armas de su estirpe. Retó a varios caballeros y a todos los venció en buena lid. Pero al final sólo quedaban el marqués y él y el enfrentamiento con su enemigo era inevitable. Guzmán, que hacía de escudero del conde, temió por su amante, teniendo en cuenta la pericia en la lucha del marqués y, sobre todo, las mañas torticeras demostradas al enfrentarse a otros competidores. Guzmán daría lo que fuese por evitar ese combate, pero el honor y el orgullo del conde estaban en juego y era imposible volverse atrás. Nuño y el marqués tenían que medir sus armas ante toda la corte. El conde se acercó al estrado real y solicitó de su dama una prenda. Y Doña Sol colgó de la lanza de su esposo un velo azul celeste. Debajo del peto, Nuño también llevaba otra prenda. Guzmán le había dado antes de salir de la tienda un beso. Y al vestirlo, le había puesto una de sus camisas para que le diese suerte.

De entrada los contendientes, llevando sobre sí pesadas armaduras, se enfrentaron a lanza, arremetiendo uno contra el otro al galope de sus pesados corceles de guerra, cubiertos con gualdrapas blasonadas y protegidos por corazas de hierro en la testuz y el cuello. El primer choque fue brutal y el marqués se tambaleó en la montura sin llegar a perder el pie del estribo y caer a la arena. El duelo no era sin cuartel, por mandato del rey, y aunque la lucha podría continuar con maza o mandoble, a elección de cada contrincante, y posteriormente a espada, en lucha cuerpo a cuerpo y ya en tierra, no se les permitía usar las armas para rematar al otro causándole la muerte, a no ser que se produjese por accidente involuntario.
Volvieron a arremeter los caballeros arrancando con brío sus cabalgaduras y esta vez quien trastabilló sobre la silla fue el conde y perdió un estribo por el fuerte golpetazo de la lanza en su escudo. A Guzmán se le abrieron las carnes al ver tambalearse a su amante y reprimió un grito tapándose la boca con las dos manos. Doña Sol también se alarmó y se tapó los ojos para no ver como derribaban a su marido. Pero el conde no cayó del caballo y recompuso su figura sobre la montura. Sin embargo, la justa debía continuar sin lanzas, ya que la del marqués se había roto en el tremendo choque. Y Nuño eligió una maza, mientras que el marqués tiró de mandoble. Seguramente su intención era herir de muerte a su enemigo con un desafortunado golpe del afilado espadón, haciéndolo parecer un accidente, y se cruzaron de nuevo descargando las armas uno contra otro, pero que ambas blandieron en el aire sin alcanzar su objetivo. Volvieron grupas y atacaron con fiereza y el marqués levantó el arma para cargar sobre el hombro del conde con el fin de sajar la carne hasta el hueso y amputarle un brazo de raíz, acabando con él con un poco de suerte. Mas Nuño adivinó sus intenciones y lo desarmó enrollando la maza en la empuñadura del mandoble y arrancándoselo de la mano al marqués. Ya sólo quedaba la espada y echar pie a tierra los dos. Y así lo hicieron y prosiguió la pelea. Nuño era muy diestro con la espada y pronto dejó notar su superioridad acorralando al marqués contra los entablados de la palestra, pero el otro se defendía como mejor sabía, intentando usar alguna treta torticera. Pero Nuño lo desarmó otra vez, dejándolo tendido en la tierra con la punta de su espada en el gaznate del otro. Y con eso se acababa el duelo y el conde era el claro vencedor del torneo.

El conde se dio media vuelta, dándole la espalda a su enemigo, cuando éste sacó un puñal de la vaina que le colgaba del cinto e hizo ademán de lanzarlo contra la espalda del contrincante. Y una flecha surgió de la nada y le atravesó el antebrazo al traidor, que soltó el arma de inmediato. Todos miraron a los arqueros del rey, pero de allí no surgiera el flechazo. Y las miradas se volvieron hacia la tienda del conde, en cuya entrada estaba Guzmán con el arco en la mano. El mancebo volvía a salvar la vida de su señor sin reparar en otra cosa que no fuese su amor por él.
Acto seguido todo el mundo miró al rey, que se levantó de su trono, y el público esperaba en silencio la sentencia real contra el muchacho. Doña Violante, la reina, parecía suplicarle a su real esposo piedad para ese bello muchacho, que sólo protegió a su señor, y a Doña Sol le saltaron las lágrimas por la suerte que podría correr su querido Guzmán y miraba a su esposo pidiéndole su intervención. Lo mismo que hacía Don Froilán, pero viendo fijamente a Don Alfonso X. Y por su parte, el conde fue junto a su escudero y se volvió hacía el monarca empuñando la espada en su diestra, como diciendo: “Rey de Castilla, antes que a él pídeme cuentas a mí que soy su amante y sólo protegió mi vida”. Seis imesebelen aparecieron de la nada como por ensalmo y se pusieron en fila detrás del conde, preparados para cortar cuanta cabeza se les pusiese por delante. Y el rey no tuvo que mandar silencio, porque no se oía ni el vuelo de una mosca, y mirando a Guzmán, dijo: “Guzmán, acércate”. El mancebo obedeció al rey y el conde apretó los dientes y aferró con más fuerza la espada, pero detuvo a los seis guerreros para que dejasen ir solo al mancebo.

Y el rey prosiguió: “No cabe duda que sabes usar un arco y has asumido el puesto de arquero de mi guardia con una eficacia asombrosa. No fue necesario matar para impedir que el puñal del marqués segase la vida de su contrincante, aunque mi orden era hacerlo si alguno de ellos lo intentaba. Tengo que agradecerte ante todos tu destreza y tu buen tino, porque me has ahorrado perder a dos caballeros de la nobleza. Marqués, no os atreváis a pedir un castigo porque un plebeyo os haya herido sin orden expresa de tu rey y agradece que no te ejecute aquí mismo por el cobarde ataque por la espalda en una lid justa, cuyo vencedor es el conde de Alguízar. Pero hoy es día de regocijo y no voy a tomar represalias por tal acción que os infama como caballero. Y por otra parte, tampoco podría castigar a Guzmán por herir a un hombre de superior condición, porque en primer lugar lo hizo en defensa de su caballero, ya que le servía de escudero en este torneo. Y en segundo lugar porque él es del mismo rango que cualquier noble, ya que es el doncel del rey de Castilla. Nos, en el día de hoy, hemos nombrado a Don Guzmán Fernández de Borgoña nuestro doncel. Y como miembro de mi casa es intocable tanto por nobles como por plebeyos. Sólo nos tenemos poder y jurisdicción sobre su persona. Sube al estrado, Guzmán, y toma lugar al lado del trono”.
De pronto estalló un estruendo de aplausos y vítores al rey y a su joven doncel, que surgía de todos los asistente al festejo, siendo más intensos entre el populacho, puesto que veían como uno de ellos se convertía en noble y señor por la gracia del rey. Lo que casi nadie sabía eran los motivos por los que el monarca protegía de ese modo al muchacho. Nuño no sabía que hacer y estaba mudo de emoción y al mismo tiempo de angustia por lo que eso podría suponer para él y su amado. Doña Sol miraba al chico con devoción e infinito agradecimiento por proteger la vida de su esposo y la reina sonreía embobada viendo la hermosa cara del nuevo doncel del rey.

Y volvió a hablar el monarca y todos callaron. Y con voz firme y potente el rey dijo: “Conde venid a recoger la corona de campeón de la mano de vuestra esposa.... Doña Sol, acercaos y tomad esta diadema de laurel para coronar la frente del vencedor del torneo”. Y la dama, emocionada, colocó la corona en la cabeza de su esposo y éste le besó la mano diciendo: “Señora, este triunfo fue por vos y por mi futura descendencia”. “Mi señor, os lo agradezco y espero que pronto os de un heredero”, respondió Doña Sol, pensando ya en el próximo polvo que le echaría su fogoso marido, destrozándole la entrepierna pero disfrutando y aullando como una loba.
Pero el rey también quiso hablarle al conde y le susurró en voz baja: “Nuño, creo que mi doncel os ha vuelto a salvar el pellejo. Es un valiente que hace honor a la sangre que corre por sus venas. Por lo tanto os lo confío para que hagáis de él el más esforzado caballero que hayan visto mis reinos. Tiene casta este joven. Cuidadlo, porque respondéis con vuestra vida de la suya. Pero no olvidéis que sólo os lo presto. El doncel es mío y de mi familia, además. Ahora alegrad esa cara y festejad vuestro triunfo con él y Doña Sol”.

Nuño no tenía palabras para agradecer al rey tanta generosidad y le respondió: “Mi Señor, él esta por encima de mi vida y cuanto poseo y os aseguró que será el caballero más grande de todos los reinos. Su sangre es la de un león y este cachorro sabe utilizar sus garras tanto con las flechas como con un puñal, porque es certero y demoledor si lo provocan o atacan, Señor”. “Ya lo creo, conde!”, añadió el rey. Y el monarca se retiró con su corte. Menos el doncel que se fue con el conde y Doña Sol para celebrar en la intimidad el preciado trofeo. Pero el peligro acechaba a los tres y más al mancebo, puesto que el marqués juró vengarse del chico al mismo tiempo que del propio conde y toda su estirpe.
Y ni la protección real impediría al marqués atentar contra el joven doncel para cobrarse la afrenta.

miércoles, 18 de mayo de 2011

Capítulo XLII

Guzmán encontró a Don Froilán en la antecámara regia y se saludaron efusivamente, aunque el joven noble advirtió la desazón y el acaloramiento en el rostro del mancebo. “Qué dama te atacó poniéndote en un aprieto, mi bello doncel?”, preguntó el primo de la reina. “Por favor, Don Froilán, no os burléis de mí, que bastante apurado vengo. Dónde está mi señor el conde?”, suplicó Guzmán. “Con el rey”, contestó lacónicamente el otro joven.

Y así era. Nuño llevaba conversando con el monarca largo rato de muchas cosas, pero las más destacadas fueron su felicitación por enarbolar tan alto el pabellón de macho de casta al dejar tan contenta a su joven esposa, tal y como ya le había comentado la reina. Y dejando pronto al margen esas trivialidades, el rey le había anunciado que para festejar su enlace había decidido organizar un torneo y una gran montería, que tendría lugar antes de su viaje a Granada. Pero había dos condiciones, mejor dicho tres. La primera era una prohibición tajante. En el torneo no podía poner en peligro su vida, puesto que primaba el servicio al rey ante la corte del rey nazarí. Y si retaba al marqués o éste a él, la lucha nunca sería a muerte, so pena de ser asaetado en el acto el infractor por los arqueros de su guardia. La segunda consistía en que durante la montería tanto él como su paje estarían al lado del rey todo el tiempo sin despegarse de su real persona hasta el final. Nuño no puso objeciones a tales exigencias del soberano, pero sí lo hizo con la tercera.
Esta otra condición no podía cumplirla de buena gana ni estaba dispuesto a acatarla, aunque fuese orden y voluntad del rey. Don Alfonso X, le decía que Guzmán pasaría a su servicio como doncel del rey de Castilla y no podría seguir siendo ni su paje ni su escudero. Al oír esto al conde se le nubló la vista y creyó morir en el acto. Qué pasaba para que a su Señor se le ocurriese tal cosa?. Es que el poderoso monarca también se había enamorado del mancebo?.

Pero no era eso lo que impulsaba al rey a conservar en su entorno inmediato al chico. Su tío, el Infante Don Alfonso de Molina, había despertado su interés y curiosidad por el parecido del muchacho con su difunto hermano Don Fernando. Y estando escribiendo sus poesías, al rey sabio se le despertó la memoria y como una centella que la iluminase le vino a la mente un nombre. El del niño que tuvo la mujer que se casó en secreto con el infante. Y ese nombre no era otro que el de Guzmán. Guzmán Fernández de Borgoña, que ese fuera el apelativo para el recién nacido al bautizarlo también en el más riguroso secreto. El zagal del conde era su sobrino.

Y mientras no tuviese hijos, el muchacho también contaba en la línea de sucesión a la corona de todos sus reinos. Por eso al conde le decía: “Nuño, no es un simple zagal, ni un paje o escudero, sino que lleva mi sangre y podría ser mi heredero. Aunque no se sepa su origen por el momento, debe vivir conforme a su condición y permanecer a mi lado como doncel, aún no desvelando su nacimiento y la sangre real que le otorgan un rango superior al de cualquier noble. Su vida y su seguridad son muy valiosas para mi y los intereses del reino”.

A Nuño le flaquearon las piernas y no reprimió ante el rey su disgusto. Rogó al monarca que no intentase quitarle al muchacho, porque antes renunciaría a sus títulos y tierras que a él. El rey quedó asombrado por la actitud del conde, pero disimuló sus sospechas y le preguntó: “Tanto necesitáis a ese mancebo?”. “Sí, mi Señor. Ese muchacho es parte de mi vida y si teméis por su seguridad, os juro, Señor, que antes daré toda mi sangre que dejar que toquen un solo pelo de su cabeza”, dijo Nuño muy resuelto. El rey sonrió irónico y contestó: “Mi buen Nuño, que yo sepa, hasta ahora fue el chico quien os salvó por lo menos dos veces de una muerte segura. Pero quiero comprender vuestra inclinación por el zagal y aplazaré esta decisión hasta después de los festejos. Antes veré como respira el chico y cuales son sus deseos. Mi intención es compensarle por la vida de la que le privaron las circunstancias. Aún no he decidido cual será su destino, pero puede que le conceda un señorío y acuerde un matrimonio ventajoso para los intereses del reino, o lo entregue a la iglesia como titular de una abadía u obispado. Nunca olvidéis, conde que estamos hablando de mi sobrino y por ello de alguien más noble y principal que vos, al que deberéis respetar y servir como a mí mismo. Ese es mi deseo en cualquier caso, señor conde”.
Al salir de la cámara del rey, Nuño llevaba demudada la color y le temblaban las manos. No podía ser cierto que su vida con su amado estuviese en peligro o a punto de acabar. Qué podía importarle a Guzmán y a él el origen del chico y si su sangre era o no como la del soberano de Castilla. El mancebo era suyo y no del rey y menos de todos los reinos que pudiese acumular su Señor, ni había nacido para la iglesia. Y si era preciso se escaparía a otras tierras con el muchacho y los dos vivirían de la caza como furtivos, antes de que le privasen de su compañía y el placer de gozarlo, porque su amor nadie ni nada lograría apagarlo y destruirlo. Y cómo se lo diría a Guzmán?. Era mejor callar y ocultarle ese problema antes de que fuese a producirse la temida separación. Y llegado el momento, sólo le ordenaría que cogiese su arco y su puñal y que montase sobre Siroco para salir a galope tendido hacia la libertad y a una vida nueva para los dos.
Guzmán lo vio nada más cruzar el umbral de la puerta y se fue hacia él como un naufrago que divisa una tabla de salvación en medio del mar. Nuño quiso disimular su disgusto, pero su garganta estaba seca y no lograba desempañar los ojos viendo al chaval. Froilán, mucho más sagaz y avispado, caló al conde y se preocupó sin saber el alcance de lo que sucedía. Y el noble le sugirió a su amigo que fuese a ver a su esposa con la excusa de acallar las consabidas habladuría que toda boda de conveniencia acarreaba entre los cortesanos y sus damas.

Nuño no estaba para florituras galantes, pero entendió la propuesta de Froilán y le pidió que lo acompañase un rato y le ordenó al chico que volviese al palacio de Aldalahá protegido por su escolta. Guzmán protestó tanto por mandarlo para casa como por dejar al conde solo, pero Nuño le regañó muy serio y le prometió un puntapié sino obedecía de inmediato.

A regañadientes el crío se fue y Froilán le preguntó a su amigo que pasaba. Nuño se desmoronó y tuvo que tomar asiento en el patio de las doncellas. Y le habló a Froilán: “Amigo mío, mi destino es trágico”. “Qué sucede, Nuño?”, inquirió el primo de la reina. Y el conde prosiguió casi llorando: “El rey sabe quien es Guzmán y quiere que sea su doncel. Y aunque todavía no ha decidido que hará con él, cualquiera de las opciones son nefastas para los dos. Si llegase a ser su sucesor, toda relación con el crío sería imposible. Y si no lo es, le dará un señorío y le buscará una esposa que convenga al reino. Y si no es eso, lo hará obispo o abad. Y yo me moriré sin él, Froilán”. “Eso es terrible!”, exclamó Froilán. Y añadió el joven noble: “Nuño, supongo que no estaréis dispuesto a aceptar tal cosa?”. “No”, dijo el conde con rotundidad. Y Nuño prosiguió: “Antes, huiré con él a otra tierra aunque haya de renunciar a todo lo que poseo. Nunca abandonaré a ese muchacho, ni nadie me lo quitará por muy rey que sea”. “Y Doña Sol?”, apuntó Froilán. “Ella puede elegir. O se queda o se viene con nosotros. Y si no viene que se quede con todo. Eso me da igual. Y si ya está encinta y nace un hijo mío, que lo cuide y algún día podré conocerlo”. Pero el amor por Guzmán es lo más importante para mí y el resto queda en un segundo plano, amigo mío”.
Froilán sopesó las palabras del conde y temió una tragedia. Por el amor al mancebo estaba dispuesto a revelarse contra su rey si era preciso. Y eso incluía abandonar títulos, nombre, tierras, honores y familia. El primo de la reina se admiró al comprobar hasta que punto amaba el conde a Guzmán y lo abrazó diciendo: “Nunca estarás solo con Guzmán y frente al resto del mundo. Cuentas conmigo, amigo. Y si tienes que huir de estos reinos vendréis los dos a mis tierras en Aragón. Yo me encargo que el suegro del rey no os devuelva a sus manos. Pero haré lo imposible porque vuestro amor quede a salvo. Y que la suerte me depare vivir un sentimiento tan hermoso. Nuño, no te preocupes que todo se solucionará”.
Y algo más animado, el conde entró en las habitaciones de su esposa con la intención de echarle otro polvo.

domingo, 15 de mayo de 2011

Capítulo XLI

Los eunucos tuvieron que despertarlos porque había llegado a la casa un mensajero del rey convocando al conde a una audiencia con su majestad. A Guzmán le costaba despertarse y se hacía el remolón para abandonar el lecho. Y Nuño recurrió a algo infalible. Le dio unas cachetadas en las nalgas y lo montó dándole los buenos días por el culo con una buena dosis de esperma. Eso despejó al crío con más rapidez que un jarro de agua fría.

Los eunucos los bañaron y acicalaron para ir a la corte y Aldalahá dispuso que seis guerreros los escoltasen por si se repetía algún ataque por sorpresa. Impresionaba ver por la calles de Sevilla tal comitiva de hombres a caballo. Media docena, fuertes y temibles, con monturas potentes de remos y ancas, y dos jóvenes esbeltos, pero fornidos, y muy bellos y ricamente vestidos. Cualquier mujer que los veía pasar se quedaba mirándolos, quizás prendaba de ellos y hasta posiblemente soñase con sus cuerpos tumbados sobre ella clavándole la polla en el coño.

Mientras Don Nuño se dirigía a la cámara del rey, Guzmán quiso presentar sus respetos a Doña Sol, su amiga, señora y rival, y la encontró sentada en su aposento mirando por la ventana, como pensando en libertades nuevas que le permitiesen volar como los pájaros, pero que en realidad lo que imaginaba la joven era otra noche de placer con su esposo todavía más intensa y alocada, hasta quedar exhausta y rendida sobre el lecho con la entrepierna como una alcachofa en vinagre pisoteada por un garañón en pleno celo de su yegua.
La muchacha sonrió al chico con los ojos iluminados y la faz reluciente de gozo, tanto por verlo de nuevo como por el estado de gracia en que se encontraba tras el primer encuentro cuerpo a cuerpo con el conde. Guzmán, que sabía lo bien follada que la dejara su amante, sonrió también y le dieron ganas de tocarse el ano como diciéndole que si ella tenía el coño hirviendo, su agujero del culo echaba fuego, puesto que Nuño se lo había follado más veces y con más fuerza y pasión. Y sin ir más lejos, todavía tenía restos de su leche dentro del vientre del polvo matinal que le había metido.

Los dos críos se miraban deseando contarse sus cuitas, que tenían el mismo origen y versaban sobre idéntica cuestión, la verga del conde y el gozo de ellos al tenerla dentro de sus cuerpos. Sin embargo, algo les impedía sincerarse y levantar el velo de hipócrita censura que les hacía callar y gritar a los cuatro vientos la pasión por el mismo hombre, que les consumía el alma a los dos, y el vicio por ser carne para su placer. Pero no era del todo exacto eso, ya que si bien era totalmente cierto para Guzmán, para ella sólo en parte. Al ver al mancebo se reavivó la atracción que le provocaba y no pudo evitar clavarle los ojos en el apetitoso paquete que se insinuaba bajo las calzas. Pero de todos modos, al ver al muchacho, se percató que tan sólo era un crío en comparación con el hombre hecho y fortachón que era su marido. Cada muslo de su esposo casi doblaba en anchura a los del chaval, por no decir los bíceps y tríceps, que eran mucho más rotundos y voluminosos que los del chico. De todos modos el conjunto armónico del cuerpo de Guzmán era muy atractivo y su cara era tan hermosa que daban ganas de besarlo y no parar hasta desgastarle las mejillas y comerle los labios tan bien dibujados y siempre húmedos enmarcando la boca.

Y Doña sol no se reprimió más y sujetando las manos del mancebo lo besó. Primero sólo fue en una mejilla y el zagal se puso rojo y tartamudeando le rogó a la joven que no hiciera eso. Era su amiga y la quería como tal, pero ahora ya era la esposa de su amante y le debía cuando menos respeto y lealtad a su señor. Aunque lo cierto era que a Guzmán no le atraían otros besos que no fuesen los de Nuño. Mas Doña Sol se quedó con el regusto de su piel y volvió a besarle la otra mejilla y sin dejar de mirarle a los ojos, negros como la noche y luminosos como las estrellas, posó sus labios en los de Guzmán y la chica tembló y el rubor cubrió su cara y despegó la boca entreabierta y húmeda de libidinosa lascivia.

Guzmán estuvo a punto de echar a correr como un niño asustado, pero ella lo agarró con fuerza por un brazos y le dijo: “Guzmán, amigo mío, soy tan feliz siendo de mi señor y esposo, que quiero amar todo lo que es suyo. Y tú eres su más valiosa pertenencia y el ser que más ama mi marido. Y yo he de amarte también, porque estoy segura que lo aprobará de buen grado Don Nuño. Guzmán eres mi mejor amigo y quiero que además seas mi confidente, ya que tú puedes entender lo que siente mi corazón y desea. Creo, amigo mío, que nuestros anhelos no andan por caminos muy separados. No tomes lo que he hecho como algo malo o desleal hacia tu señor, sino como una prueba de mi afecto por ti”. Guzmán se tranquilizó y respondió: “Mi señora, yo sólo soy un siervo del conde y vos su esposa y no soy digno de la confianza que me dais. Pero os aprecio y quiero, porque habéis sido muy amable y cariñosa conmigo desde que os conocí y vuestra compañía me es muy agradable. Y ahora, como mi señora, contáis también con mi lealtad absoluta”. “No quiero ser tu señora sino tu amiga”, añadió Doña Sol, que en el fondo estaba ansiosa por verlo en cueros y tocarle la carne que se le antojaba dura y tersa, sin dejar de ser suave como la seda. Y también coger entre su dedos el precioso pene que ya le había visto y que no le pareció tan gordo como el de Nuño. Después de ver y catar la de Nuño, la joven ya dudaba de que las pollas de los hombres fuesen todas iguales en tamaño y calibre.
Y la dama le propuso al doncel jugar una partida de ajedrez y el perdedor (ella daba por hecho que sería la ganadora) tendría que pagar una prenda, la que quisiese quien venciese en cada partida. Y, como esperaba, la joven ganaba una tras otra con jaque a la reina primero para enlazar con un inapelable jaque al rey. Y Guzmán tenía que pagar la prenda que ella estipulase. La primera fue un beso inocente. La segunda un beso en la boca, pero largo y húmedo. Y la tercera consistió en ver el miembro viril del chaval. Guzmán creyó que la dama deliraba y se levantó como una centella para salir corriendo del aposento e ir a refugiarse al otro en el que estaba Doña Petra con el resto de las damas y criadas de la joven señora. Pero Dona Sol exigió su prenda con energía y voz imperiosa y el crío bajó al mirada hacia el paquete y se desató el cierre que lo guardaba.

La dama observaba atenta esperando la salida del pene para verlo despacio y compararlo con el de Nuño, pero la dejó desilusionada al verlo flácido y pequeño, aunque no dejaba de ser bonito también. Y exclamó: “Qué diferencia con el del conde!. No sólo es más que pequeño y delgado, sino que cuelga y no es rígido y duro. O al menos eso parece”. Y sin más lo agarró y apretó para comprobar su consistencia. Y al instante aquello comenzó a coger tono y dureza y lo que sólo era un pito se volvió polla. Y la chica suspiró diciendo: “Esto es otra cosa, Guzmán. Tú tampoco estás desarmado para atacar a una mujer con ese ariete y romperle su defensas. Cuantas han gozado con este aparato de carne tiesa y compacta como un leño?”. El chico se puso como una grana y respondió: “Ninguna, mi señora”. Y ella siguió acariciando la verga de Guzmán que crecía y endurecía con cada caricia hasta llegar a su pleno apogeo.
Y Doña Sol miró con descaro al chico y le preguntó: “Para quién la reservas, Guzmán?. Es potente y hermosa y apetece comértela. Te haré mi primera confidencia importante y secreta. La pasada noche se la comí a mi esposo y ese sabor me gustó. Pero no me dio ese líquido que suelta. Eso me lo metió dentro del vientre para fecundarme y siento su vida en mí”. El crío sentía que perdía la consciencia y respondió: “Señora, os lo ruego, dejad que guarde mi virilidad y no sigáis atormentándome”.
Ella cedió y Guzmán se tapó las vergüenzas, que ya soltaban babas, y se fue en busca de su amante y señor, desolado por el remordimiento.

jueves, 12 de mayo de 2011

Capítulo XL

Doña Petra oyó salir al conde de la alcoba de su ama y, fuese por curiosidad o preocupación por el estado de la joven, entró para verla y se la encontró sentada en la cama mirándose la vulva. La dueña se asustó y se apresuró a ver que le ocurría a su ama, pero antes de llegar hasta ella la sonrisa de la dama le previno que lo que veía Doña Sol no suponía una tragedia. La muchacha quiso ponerse en pie, pero le temblaban las piernas y no lograba cerrarlas del todo porque le ardía el coño por dentro y le escocía por fuera. Pero estaba feliz y satisfecha de ser una mujer casada y desflorada por un cacho carajo que le había dejado abierta de piernas. Y así se lo dijo a su aya.

El aya fue a buscar una palangana con agua tibia y le lavo las partes enrojecidas de la cría, mientras ella le contaba una versión edulcorada y censurada de lo ocurrido en el primer encuentro carnal con el conde. La dueña estaba encantada al ver el rubor en las mejillas de su señora y, sobre todo, la cara que se le quedó a Doña Sol de estar en un cielo maravilloso, pensando en que aquello se repetiría muchas más veces. Podía decirse sin faltar a la verdad que estaba jodida pero contenta, como se suele decir vulgarmente. Y cuando Doña Petra le preguntó si le había dolido que la desvirgasen, la joven se rió y besó la mejilla de la dueña diciéndole que el gusto ahí abajo compensaba cualquier dolor. Su esposo no le dejara ni un solo pétalo de la flor de su virginidad, pero se abriría otra vez de piernas si volviese esa noche a ella.
Y más lejos, en otro palacio y en otra alcoba, Guzmán dormía no sin antes quedarse sin lágrimas y arañar los cojines de rabia y desolación. Y notó un roce en su mejilla que le hizo moverla instintivamente, peor no abrió los ojos. Y otra vez ese misma caricia, pero algo más concreta, le obligó a levantar la cara un poco y el olor de su amo le llegó tan nítido que le dio la impresión que estaba a su lado. Y miró para el otro lado como desechando esa idea, cuando de nuevo le rozaron unos labios y se volvió incrédulo de lo que veía. “Mi señor!”, exclamó el crío y se abrazó al cuello de Nuño como si regresase de una guerra y le hubiesen anunciado su muerte en la batalla.

Nuño estaba allí desnudo y tumbado en las almohadas junto a él y le decía: “Mi príncipe, vine a consumar nuestro enlace. Tú y yo también nos casamos en la catedral y reclamo mi derecho como marido para poseerte y llenarte con mi vida. No podía permitir que pasases esta noche sin mí. Supongo que los dos putos castrados que duermen ahí a los pies del lecho, te habrán preparado como una novia ha de esperar a su esposo y señor, porque quiero gozar de ti hasta el amanecer”. Guzmán lloraba, pero de contento, y casi no lograba articular palabra, pero respondió: “Mi señor, siempre estoy dispuesto para vos y más en esta noche de bodas. Pero no soy un príncipe sino un simple y pobre cuerpo que se atormenta y sufre si no está cerca su amo. Llenadme cuanto queráis y por todas partes, pues estoy hambriento de mi señor”.
Y tuvieron su encuentro carnal hasta enloquecer de delirio. Tantas veces entró la verga de Nuño en el cuerpo de Guzmán, que si en todas se hubiese corrido, habría litros de semen en las entrañas del muchacho, aún soltando parte al escurrirle patas abajo desde el ano. Y esta vez si que le dio fuerte y con ganas de taladrarlo y empalarlo de parte a parte. Era como si quisiese compensarlo por el casorio con Doña Sol y la mejor manera de hacerlo era dándole verga a mazo. Y si ella quedó escocida, el muchacho iba a terminar con el esfínter adormecido, perforado y abierto como la entrada de una gruta hecha por el paso de un cauce natural de agua.

Y con la calma y ya sin leche en los cojones los dos, Guzmán quiso saber si le había complacido su esposa y el conde sonriendo con algo de malicia le preguntó: “Qué quieres saber?. Sí me complació como mujer o si me gustó como hembra?”. “Perdón, mi amo. No quiero ser impertinente con esa pregunta y si os molesta dadla por no hecha”, se excuso el chaval. Pero Nuño lo agarró con fuerza y besándolo le dijo: “Guzmán, nadie puede complacerme como tú ni me gustará tanto su cuerpo y su compañía. Tú eres especial en todo. Y no niego que ella sea hermosa, tal y como has dicho algunas veces, e incluso yo diría que mejora desnuda”.

Guzmán abrió mucho los ojos y exclamó:”Desnuda del todo?. Como me veis a mí y yo a vos?”. Nuño rió y añadió: “Sí. Totalmente. Sin nada encima del cuerpo. Y es bonito y gracioso verlo tan pequeño y frágil. Es muy blanca, tanto como el marfil, casi. Y el pelo rojo le da fuerza a su cara, que sin embargo, siempre tiene una expresión dulce, como tú me decías. Tiene una cintura muy breve y las nalgas son diferentes a las tuyas”. “Os gustaron, señor?”, preguntó el crío. Y el conde se explicó mejor: “No las disfruté como cuando estoy contigo y te sobo y azoto antes de darte caña dentro del culo, pero sin ser tan redondas y tipo manzana como estas (dijo dándole una palmada en el trasero), que están recias y apretadas y cuesta pellizcártelas, las suyas se agrandan en la parte inferior y no tiemblan al tocarlas porque son firmes y muy agradables al tacto y son bonitas. Gusta mirarlas y quizás cuando ya la haya preñado se la meta también por el agujero del culo como a ti”.

Guzmán bajó los ojos y dijo algo triste: “Entonces será como estar conmigo, señor”. Pero Nuño lo desengañó: “Eso nunca. No hay agujero como el de mi amado ni nalgas más atractivas para follarlas. Nunca será como estar contigo, porque aún teniendo los dos culos juntos delante de mi verga, mi capullo siempre se tiraría a por el tuyo. Y puedo asegurarte que no tiene nada que ver meterla por un coño o por un ano. Mas si es de hombre y está tan bien hecho como ese que voy a tener que jodértelo otra vez, porque me has puesto cachondo de tanto hablar de culos. Anda. Mira para ese lado que te la voy a encastrar mientras seguimos hablando. Así... Y si me pones más burro todavía te jodo con más fuerza que antes. Cómo me gusta estar dentro de ti!”.
Guzmán emitió un ligero quejido y Nuño le preguntó: “Te duele?”. EL mancebo quiso callar pero el otro insistió apretando más: “Te duele si te calco hasta el fondo?”.Y el crío habló: “Mi señor, lo tengo irritado de tanto meterla, pero me gusta sentirla y tenerla dentro”. Nuño la sacó un poco y Guzmán protestó: “No, mi amo. No me privéis de daros placer, porque aunque me hagáis daño no me importa”. Y el conde lo apretó contra él y siguió hablando de su noche nupcial con Doña Sol y las diferencias del sexo con ella y él, sin para de moverse de dentro afuera, puesto que siendo tan jóvenes y sus cuerpos fuertes y llenos de vida, rebosaban lujuria y ganas de amarse hasta que se corrieron juntos otra vez.

Nadie podía poner en duda que las dos uniones matrimoniales estaban consumadas, tan sólo con ver como el conde les dejara sendos agujeros a la novia y al novio esa noche y la cantidad de leche que había repartido entre ellos. Y por fin durmió con quien más deseaba. Con quien su corazón le pedía y la inclinación sexual que sentía le llevaba a meterse en ese cuerpo que lo volvía loco de pasión.

Nuño se quedó como un tronco en cuanto cerró los ojos, pero Guzmán lo miraba en la penumbra colgado totalmente por el hombre que le había enseñado a vivir apreciando todos los resorte sexuales de su organismo, que la mano del conde tocaba como el mejor músico podría tañer un arpa acariciando o presionando sus cuerdas.

martes, 10 de mayo de 2011

Capítulo XXXIX

Más el mancebo, por más que deseaba imaginarlo, no se hacía idea de lo que pasaba en la estancia del palacio real, convertida en la cámara nupcial del conde y su esposa. A Doña Sol, sus damas la desnudaron y bañaron en leche perfumada de azahar. Y unas esclavas moriscas la prepararon para su esposo con afeites y aromas de oriente y la vistieron tan sólo con un camisón blanco que tenía una abertura a la altura del sexo. La desposada entró en la alcoba y halló en ella a su esposo, también bañado y cubierto por una camisa larga abierta por debajo de la cintura, que la miraba como si la joven fuese una aparición.

Nuño no se le ocurría decirle nada a la muchacha y ella sólo lo saludó con una graciosa reverencia esperando alguna indicación o señal que le diese pie a algo que desease su esposo o al menos que la tomase de la mano para tumbarse directamente en el lecho. Pero nada se produjo y Doña Sol miraba a Nuño con cierta timidez y algo de temor por no saber exactamente lo que le esperaba. Ni siquiera podía verle bien el miembro ni tampoco el pecho fornido que ya conocía y le había parecido tan atrayente y hermoso. El conde no hacía más que mirarla y se fijaba sobre todo en la cabellera rojiza que le caía sobre los hombros y sin decirle nada se acercó a ella y dijo: “Señora, no sé lo que os han contado sobre lo que hemos de hacer los dos esta noche y otras que pudieran venir en adelante. Sé que una mujer recatada no muestra su desnudez ante nadie, ni siquiera su marido, pero ahora soy vuestro dueño y esposo y me gustaría hacer las cosas a mi modo y no como os lo ha explicado vuestra aya”.

Doña Sol, no se puso nerviosa y sin bajar la vista respondió: “Mi señor, vos mandáis y yo obedezco a mi señor y esposo. Esa es mi obligación y mis deseos no deben contar para vos. Haced conmigo lo que mejor os parezca y gozar de mi cuerpo como os guste, Don Nuño”. El conde la levantó en brazos y la posó sobre la cama boca arriba. Se sentó a su lado y miró el cuerpo cubierto por la fina tela que dejaba entrever el vello rojo bajo el vientre de la muchacha y eso le gustó. Se recostó a su lado y le acarició el pelo. Ella le miraba a los ojos entreabriendo los labios, pidiéndole algo que intuía bueno sin saberlo, y Nuño besó su boca rozándola solamente.

Al despegarse las bocas, la chica suspiró y pasó la lengua por el labio inferior como buscando los restos del beso de Nuño, insinuando al subir sus pestañas que aquello le había sabido a poco. El conde se estiró boca abajo sobre ella y con una mano quiso separarle las piernas para buscar el centro de la intersección de ambas extremidades, pero se lió con el camisón y su camisa y no lograba dar con las aberturas.

Nuño no era un hombre paciente para algunas cosas y una era el sexo. Así que se levantó bruscamente y poniéndose de rodillas sobre su mujer, se quitó el incordio de la camisa, quedándose como ella deseaba. En cueros vivos, luciendo el palmito y un respetable cipote que asombró a la muchacha. Y entonces dijo: “Señora, intentar hacer esto con tanta tela no resulta grato y me parece complicado y absurdo. Por tanto fuera trapos”. Y con la misma rapidez con que se libró de la suya, rasgo el camisón de Doña Sol y la dejó en pelotas.
Nuño admiró los dos pechos pequeños y redondos como pequeños melones cortados a la mitad y pegados sobre la muchacha, muy blancos y con unos pezones sonrosados, puntiagudos y tiesos, que le dieron ganas de tocarlos y probarlos mordisqueándolos con los dientes. Y lo hizo doblándose sobre la joven y bajó también por su vientre suave que terminaba en ese felpudo rojizo que le causaba gracia. También se dio cuenta de que la cintura era tan estrecha que podría abarcarla con una sola mano y contrastaba con las caderas más anchas pero no tan exageradas como las de las mujeres que había visto desnudas anteriormente. Y por un segundo pensó en como tendría el culo la chica. Sería tan bonito como el de Guzmán?. Eso lo dudaba, pues nunca podría estar tan duro y firme como el de un muchacho. Y no quiso quedarse con las ganas de saberlo y la volteó. Le miró las nalgas que eran de nácar y las palpó con las dos manos, comprobando que eran distintas a las de su amado, ya que tenían una forma de pera, y, sin embargo, sin ser tan rotundas como las del mancebo, también eran recias y casi juraría que no temblarían si les daba un azote bien fuerte. Más desistió de hacerlo y le dio la vuelta otra vez a su mujer.

Entonces volvió a tumbarse, pero a un costado de la dama y sin preaviso le echó mano al coño. Doña Sol se estremeció al notar los dedos de Nuño en la raja, pero todavía tembló más al sentir como se los metía para acariciarla por dentro después de escupirse en ellos. La joven se agitaba y Nuño la besó otra vez pero ahora no sólo en la boca sino también por el cuello y tras una oreja. Y Doña Sol empezó a calentarse y al conde le crecía y engordaba más la verga y la muchacha vio aquello con estupor, pero sin pensar que pudiese romperla al meterle aquel cacho de carne que daba la impresión que era de hierro.

Nuño incorporó a la moza y ella pudo admirar la pletórica anatomía de su marido y quedó fascinada por el estupendo macho al que la había destinado el rey. Y eso no era para desperdiciarlo con ñoñerías y patrañas de beatas o mujeres solteras que nunca cataran varón. A Sol le hervían las carnes y la blancura de su cuerpo dio paso a un tono rosado que jugaba mejor papel con su pelo y sus ojos color miel. Y el marido comenzó a sentir un morbo distinto al que le daba follarse a Guzmán, pero pensó que en el fondo no sería muy diferente clavársela a ella por delante o a él por detrás.

Y se decidió a gozarla a su manera. Nuño se acostó panza arriba y le ordenó a al muchacha que se arrodillase sobre sus piernas y bajase la cabeza hasta tocarle la polla con la lengua. Ella obedeció y el marido se la metió en la boca. Sol por un momento no supo que debía hacer con tal trabuco, pero su intuición y el sabor algo ácido y el olor a almizcle que emanaba del glande, le dijeron que aquello se chupaba y lamía. Y en dos lametadas ya la estaba mamando como una ternera, aunque apenas le entraba en la boca tanta carne.
Y lo hacía bastante bien aunque no abría la boca lo suficiente para no arañar el capullo con los dientes y Nuño le dijo con cierta sequedad: “Abre bien la boca que me la vas a despellejar y luego a ver como te follo!”. Ella tomó buena nota de la sugerencia y no volvió a rozarle con su dentadura. Pero si seguía tirando del teto, se le vaciaban los cojones a Nuño y de lo que se trataba era de fecundarla por lo de la descendencia. Y eso tenía que ser por el coño y no por la boca. Así que la arrastró por las manos hasta sentarla en la polla e intentó metérsela. Pero siendo todavía virgen, le costaba hacer entrar un carajo tan gordo por un agujero sin estrenar y optó por tumbarla mirando al dosel de la cama y se acostó encima abriéndola bien de piernas y doblándoselas a cada uno de sus costados. Y otra vez le tocó el sexo con los dedos y se lo humedeció más, abriéndolo un poco para que la penetración fuese menos dura.

Pero la joven ya estaba cachonda como una perra y casi era ella la que deseaba absorber la verga de Nuño y el coito se produjo antes de lo esperado. Primero entró el glande y ella se quejó entre gemidos y él lo sacó, pero ella se lo metió otra vez agarrándolo con su mano y esta vez entró mejor. Nuño empujó y metió el carajo entero y hasta el fondo. Un chillido de la dama con la clavada y al segundo grito ya jadeaba y sudaba moviéndose como una anguila con cada puntazo que le metía su macho. Se la estaba follando con contundencia y apretando tanto como cuando se la endiñaba a Guzmán por el ano y pronto vino el orgasmo del conde y ella notó unos potentes chorros de líquido en la vagina.

Nuño quedó sobre ella cansado y no sacó la polla. Y así permanecieron un buen rato, hasta que al conde se le ocurrió decirle a su dama: “Os peso mucho, Señora?”. “Sí, pero no importa si vos estáis cómodo y queréis hacerlo otra vez”, contestó la mujer. Porque Doña Sol ya era mujer y, aunque todavía no la viese, le salía sangre por el coño, puesto que Nuño le había hecho trizas el virgo. Daba la impresión que la chica estaba lanzada y Nuño aunó fuerzas para joderla por segunda vez. Pero ahora la sentó sobre su vientre y ella cabalgó ensartada en un eje de carne tiesa.
Y en una cabalgada más larga e intensa la llenó otra vez con su semilla y ella tembló al sentir que la colmaba. Cuando Nuño estaba acabando dentro de ella, Sol gozó algo nuevo y le gustó tanto que por fuerza tenía que ser pecado. Pero aunque lo fuese no estaba dispuesta a no disfrutarlo mil veces. Y ahora sí se la sacó para ventilar un poco el esforzado pene. Nuño se levantó y ambos vieron la mancha roja sobre las sábanas. A Doña Sol le entró el recato y quiso lavarse los bajos para no presentar un aspecto tan poco atrayente para su esposo. Y él también se lavó el miembro y pensó que después de eso debían dormir. La besó en la frente y le deseó buenas noches retirándose a otro aposento contiguo. Nuño ya creía haber cumplido como esposo, para ser la primera noche y el estreno de la joven dama, que gozara como una gata, y con el nuevo día la montaría de nuevo y volvería a fecundarla por si no quedara bien cubierta para darle un hijo.
Además, Doña Sol parecía muy fértil y con pocos polvos quedaría preñada. O al menos eso es lo que aseguraba la reina.

domingo, 8 de mayo de 2011

Capítulo XXXVIII

Uno de los esclavos de la guardia negra sujetaba las riendas del pura sangre azabache en el patio de la montería y Guzmán subió de un salto a la silla adornada en arabesco, tachonada de plata, y refrenó el nervioso trote del corcel, saliendo al paso del Alcázar. En las puertas del palacio se le unieron cinco imesebelen más y partieron con destino a la casa de Aldalahá, empezando a sentir la soledad de su primera noche sin el conde.

Recorrió las calles de la ciudad despacio, como si no tuviese ganas de llegar a las habitaciones que esa noche le resultarían extrañas, y volvió a sentir angustia por dormir solo después de tanto tiempo de compartir la cama con su señor. En la puerta de la casa le esperaba el noble almohade y le invitó a descansar y refrescarse en su baño con algunas de sus concubinas y los consabidos eunucos y esclavos.

Guzmán no estaba para charlas ni ningún tipo de miramientos sociales y pensó que era mejor eludir su compañía. Agradeció la deferencia, pero muy educadamente se excusó alegando un fuerte dolor de cabeza, y quiso retirarse a los aposentos con los dos eunucos que le comprendían sin necesidad de pronunciar palabra. Hassam lo desnudó y le sugirió que tomase un baño de inmersión con el dueño de la casa, puesto que se distraería un rato y la música, los dulces y las danzas de las bayaderas, despejarían sus tribulaciones y penas. Abdul y él le acompañarían y lo enjabonarían y le dejarían la piel como la de un niño de corta edad. Y luego el masaje con un aceite reparador, sería un bálsamo para el sueño. El mancebo sabía que ellos querían ayudarlo y hacer que su soledad fuese menor, pero una creciente melancolía le dominaba por momentos. Sin embargo cedió a la sugerencia del eunuco y se unió a Aldalahá y su corte en el baño.
Esclavos de todos los oficios adecuados atendían al dueño de la casa y a su invitado en lo que no correspondía hacer a Hassam y Abdul, que era todo que no fuese de contacto directo con la piel del mancebo, ya que sólo ellos se disputaban el privilegio de tocarlo e incluso besarle el cuerpo al enjugarlo o frotar sus miembros, espalda y nalgas. Más de una bailarina se contoneaba delante del chico incitándolo al sexo, pero no era eso lo que precisamente quería. A él le hubiese gustado volar hacia el Alcázar y entrar en los aposentos del conde y su esposa, pero sustituyéndola a ella en el lecho nupcial. Cierto que el conde ya lo tenía más follado que el coño de una ramera de figón de mala muerte, más para el muchacho cada polvo con su señor era siempre una primera vez y esa noche, además, sería la de su boda con su amado conde. Porque él también comprendió la mirada de Nuño al decir si tomo y acepto y había ratificado la unión con su señor para siempre. Su corazón sentía que él era la novia que Don Nuño llevó al altar esa mañana, pero sin su amante para consumar el matrimonio, Guzmán se veía abandonado en la misma noche de bodas.
Aldalahá disfrutaba de su afeminado eunuco que le daba todo el placer que deseaba su dueño, mientras otros jóvenes hermosos, castrados y enteros, y también muchachas se abrazaban y follaban entre ellos para hacer gozar con la vista a los dos señores, viendo algún chafariz de leche lanzado por una polla o manantiales de esperma brotados del ano de los eunucos. Porque en ese momento, Guzmán no sólo era un señor como el dueño de la casa, sino mucho más. El mancebo, para todos los habitantes del palacio del noble almohade, era el príncipe deseado y todos sin excepción le presentaban sus respetos y lo trataban con la devoción propia de su condición real. Por eso servirlo en algo era un honor inmerecido para cualquier criado o esclavo de la casa e incluso el mismo Aldalahá se sentía indigno de tenerlo en su palacio.

Una esclava muy joven y rubia se acercó a Guzmán mostrándole sus generosos pechos, pero el chico no reaccionó como ella esperaba ante esas protuberancias. La fijación del chaval eran los cojones repletos de semen de su señor y eso es lo que necesitaba él esa noche. Precisaba que le pusieran el culo como un artesa después de amasar el pan. Resobado y caliente de tanto sobeo y apretón como Nuño le daba antes de abrirle el ano para ensartarlo en su verga. Esa sensación de ser abierto y rellenado de carne lo ponía irremediablemente cachondo y su cuerpo sólo deseaba polla y semen para calmar su ansiedad.
Pero Nuño no estaba con él y esa noche la pasaría solo sin notar la sensación del calor y el sudor del conde en su espalda cuando lo apretaba contra su pecho antes o después de darle por el culo. Cada vez le gustaba más la sensación dura y áspera de la verga de Nuño dentro de su recto, que le parecía notarla en su vientre a la altura del ombligo. Y luego, al sacársela, ese frescor del aire en el ano dilatado le daba alivio y refrescaba toda su alma. No podía entender otro placer más intenso y supremo que ser poseído por el conde y saberse preñado con su esperma vivo y caliente. Cuando Nuño eyaculaba dentro de sus tripas, casi le parecía percibir los espermatozoides moviéndose en sus entrañas y negándose a salir por el ano para no abandonar su cuerpo. El conde era todo lo que necesitaba y quería y el resto le sobraba, aunque fuese una corona real.

Guzmán decidió retirarse a sus aposentos, cansado de tanto sexo que no le inspiraba ni le hacía olvidar el roce de los dedos de Nuño en su esfínter. Y se fue de la sala de baño envuelto en lino blanco y seguido por sus eunucos. En la alcoba y tendido en el lecho, los dos jóvenes eunucos relajaron sus músculos de pies a cabeza, por delante y por detrás y Abdul intentó chuparle el pene, pero Guzmán lo rechazó y quiso quedarse solo en los almohadones que olían a su señor y lo buscaba en ellos alargando la mano sin encontrar la carne de su amo.

Los ojos del mancebo se humedecieron y Hassam se recostó junta a él, mirándole el rostro, y le dijo: “Mi señor, no podemos dejar que la pena anule la vitalidad de un joven tan fogoso como vos. Dejadnos daros algo de placer para facilitaros el sueño. No hace falta que os molestéis en hacer nada, porque todo lo haremos nosotros dos. Vamos, mi príncipe, que tus esclavos te aman y sólo desean tu bien y felicidad”. Y Guzmán miró al chiquillo con ternura y le respondió: “Os agradezco vuestro desvelo y por eso dejaré que hagáis conmigo lo que mejor os parezca. No tengo ganas ni de seguir oponiéndome a vuestra solícita amabilidad”.
Y Abdul le lamió todo el cuerpo y lo besó como si fuese una imagen sagrada. Y Hassam, con una atención asombrosa, le hizo una mamada como jamás podría imaginar que su polla gozase tanto antes de llenarle la boca de leche al eunuco. Pero el otro también quería su premio y se aferró al pene del mancebo para aprovechar las últimas gotas de néctar que aún quedaban dentro del capullo.

El chaval jadeaba por el gozo sentido con la eyaculación y los entregados castrados se relamían los labios sonriendo de oreja a oreja. Hassam quedaba bien alimentado para pasar la noche a los pies del lecho de su joven señor y abrazado a su compañero que sólo tenía el gusto del semen en los labios, pero su lengua todavía le sabía a culo y a esfínter de Guzmán, tanto como a sus pies y todo su cuerpo. Se había atiborrado de su olor y sudor y su vida ya estaba bendecida por el servicio a un príncipe. Al más hermoso príncipe de los almohades y tan valiente y audaz como un tigre si tenía que enfrentarse a sus enemigos tan sólo con sus garras, que eran las flechas y un pequeño puñal de puño de oro y piedras preciosas que perteneciera a otro príncipe con su mismo nombre.

Más la oscuridad pudo con el chico y lloró. Rompió en llanto con desconsuelo porque echaba de menos la cálida humedad de la piel de Nuño y respirar su sueño después de tener su vientre lleno de vida que nunca llegaría a germinar.
En eso lo aventajaba Doña Sol, porque en ella si podría prender la semilla de Nuño depositaba esa noche.